La oruga hormiguera





Como cada mañana, cuando los primeros rayos de sol despuntaban entre la maleza, la pequeña oruga despertaba de su letargo nocturno. Vivía cerca de un enorme hormiguero del que entraban y salían las incansables hormigas desempeñando su labor diaria.

Cada una de ellas tenía encomendada una ardua tarea. Todas sabían desde muy pequeñitas qué es lo que tenían que hacer, ¡era todo tan fácil en sus vidas!. Solo tenían que dejarse llevar por lo que había estructurado a su alrededor.

Así la pequeña oruga fue creciendo. Desde que nació solo conoció a la familia de hormigas que vivían a su alrededor, siempre pensó que ella era una de ellas. La pequeña oruga las veía tan conformes y felices con sus quehaceres diarios que creía querer parecerse en todo a aquellas pequeñas hormigas.

Cada día salía a recoger restos de comida que encontraba en el camino para llevarlos al hormiguero, al principio las hormigas estaban reacias pero poco a poco fueron viendo que su intención era buena y la aceptaron como si fuera una más.

La oruga se iba haciendo cada vez más y más mayor, sus fuerzas apenas le servían para poder llevar al hormiguero los grandes trozos, sin embargo veía cómo las pequeñas hormigas subían sin apenas esfuerzos a lo alto del enorme árbol y desde allí traían todo cuanto encontraban. Mientras las pequeñas hormigas iban y venían ella solo conseguía avanzar un poquito. Su frustración iba creciendo y se hacía cada vez más grande, veía que no encajaba pero seguía en su empeño de seguir siendo igual que sus pequeñas amigas. Su obsesión era tal que no se dio cuenta de lo que pasó aquel día, aquel día en el que sus fuerzas no le permitieron poder avanzar y tuvo que buscar refugio entre las ramas más bajas de aquel árbol al que tantas veces había intentado subir. Allí, tranquila, se resguardó y se acurrucó en su pequeña crisálida…

Al cabo de un tiempo la pequeña oruga despertó, se dio cuenta que se había hecho muy tarde y quiso volver al hormiguero, pero se sentía rara y diferente, algo en ella había cambiado, pero aun  así seguía obsesionada en seguir a sus pequeñas amigas, arrastrándose por el suelo y siguiendo los pasos que marcaban las hormigas hacia el hormiguero, consiguió regresar a él, y allí cayó agotada por el esfuerzo. A la mañana siguiente volvió a su obsesión, quería llegar a lo alto del gran árbol como hacía el resto de hormigas, pero esta vez notaba que tenía un peso mayor sobre sus espaldas…La pequeña oruga no vio en que se había convertido, no sintió lo que había nacido en ella, y siguió así durante mucho tiempo, luchando contra su instinto que le hacía revolotear de vez en cuando.

Pero una mañana un pequeño saltamontes pasó por su lado y mirándole le preguntó:


- ¿Qué hace una preciosa mariposa arrastrándose tras las pequeñas hormigas?

- ¿Una mariposa? ¿Dónde? - preguntó la pequeña oruga A lo que el saltamontes contestó

 - Tú, tú eres la mariposa. ¿Por qué no intentas volar para llegar a lo alto del árbol? Te costará mucho menos.

 En ese momento algo en ella despertó, sus alas empezaron a desplegarse como nunca antes lo habían hecho, y sintió como ascendía, llegando a la cima de aquel árbol que tantas veces había soñado alcanzar. Una vez allí, arriba, vio que el mundo era mucho más que aquel árbol y descubrió entre las altas ramas un montón de mariposas iguales a ella, miró hacia abajo y con un suave aleteo se despidió de sus queridas amigas las hormigas revoloteando feliz entre las miles de flores que la esperaban…

 Autor: AIDA DUQUE

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