Lucero por Mª Pilar de la Iglesia

           “LUCERO”

(A mi hermana Gely, la más pequeña de la familia)

  Voy a contarte mi niña, tú que tanto gustas de esto, esta bella narración, que más bien parece un cuento.
  Cuando tú aún no habías nacido, siendo nosotros pequeños, tuvimos una casa que también tenía huerto. Era en San Martín de Abajo y, las tapias de aquél huerto, daban justo, justo enfrente del que fue nuestro colegio.
  Como pasa en muchos cuentos, tuvimos nuestra lechera, era la “Seña Cecilia” que venía de la aldea a traer, todos los días, ricos quesos y leche fresca. Tenía la “Seña Cecilia” conejos, cabras y ovejas de las que vendía crías a toda su clientela.
  Ya parieron las ovejas, le dijo un día a mi madre, tengo que traer un cordero “pa” que jueguen los “rapaces”. Si madre…. si madre si…, que nos traiga ese cordero, cuatro voces “pequeñajas” gritamos todos a un tiempo.
  Un día la “Seña Cecilia” llamo muy temprano al huerto y sobre su cuello traía “escarranchado” el cordero.  ¡Madre mía que alboroto se preparó en un momento!, aquel día casi, casi,  no llegamos al colegio.
  Deseando que sonara la campanilla al momento, aquel día no atendimos a lecciones ni a recreo, solo queríamos salir para ir a ver al cordero.
  Era blanco y gordo, gordo, gordo aquel gracioso “bichejo” y en el medio de la frente tenía un manchón muy negro. Madre tapo aquel manchón con una estrella de fieltro, y entonces le bautizamos con el nombre de LUCERO.
  A la “Concha” nos llevamos a pasear al cordero para que comiera hierba y retozara en su recreo; que fácil era llevarlo y que difícil traerlo pues hay que ver que tozudo era el “diablo” del borrego. Nosotros tirando de él, y él se clavaba en el suelo, como para sí decía “que yo de aquí no me muevo”.  No podíamos soltarlo pues para atrás se escapaba, se metía entre la hierba y nada más le importaba.
  Había por aquel entonces caseta de Consumero, donde pagaban arbitrios al pasar los alimentos, era en una carretera que cruzábamos corriendo cuando íbamos de ida, pero nunca de regreso pues a esto se nos negaba el “borrico” de LUCERO.
  El Consumero que estaba cumpliendo con su trabajo, cruzaba la carretera al vernos tan apurados, cargaba con el cordero que… beeee, beeee…. seguía berreando. Desde la caseta a casa había poco trayecto, una cuesta que subíamos cordero y niños corriendo.
  Esta historia tan bonita, que más bien parece un cuento, era igual todos los días…. niños, la “Concha”  y LUCERO.
  Pero llego un día fatal en que caímos enfermos, sarampión o escarlatina, cosas de niños pequeños y tuvo que entrar en el cuarto nuestro bonito borrego, pues no quería ir con nadie ni quedar solo en el huerto.
  Padre lo quería llevar a la “Concha” como siempre, más LUCERO se negaba porque comer ya no quiere.
  El médico prohibió que en nuestro cuarto estuviera pues al fin, aunque muy limpio, su lana olía a oveja.
  Se le saco para el huerto y, debajo de la ventana, con sus beee…., beee…., beee…., todo el día nos llamaba. Déjalo mamá que entre un poquito  con nosotros…., y el “bichico” cuando entraba se ponía como loco. Nos daba con el hocico, movía deprisa el rabo y en brazos lo cogía padre para sacarlo del cuarto.
  Merce era la pequeñica y lo llamaba “Tutelo” y él le contestaba beee…., como diciendo “Te quiero”.
  Madre le tuvo que hacer una cama junto a nuestro cuarto porque si no con su beee…., nadie podía aguantarlo.
  Pero un día no se oyó el beee…. de LUCERO y es que se encontraba triste, no estaba bien el cordero; padre y madre lo sacaron para que comiera al huerto pero él bajo la ventana echado se quedo quieto, a tomar el desayuno se metieron para adentro y al volver a salir vieron que el cordero estaba muerto. 
  Padre fue al veterinario y le conto lo ocurrido y cuando esté vino a verlo se quedo muy sorprendido pues blanco y bonito estaba, y muy aparente el cordero, así que su muerte fue de pena al vernos enfermos.
  Nuestros padre muy apenados no querían decirnos nada pero el beee…., beee…., beee…., en casa no se escuchaba. ¿Dónde está nuestro LUCERO que no se oye su balada? ¡”Tutelo, tutelin vapo, men que la nena te llama”!. Pero no puede venir porque ya no está en la casa, que se lo ha llevado Dios para hacer nubes de lana.
  El veterinario dijo: “pueden pues aprovecharlo”, ¿Para qué? dijo mamá, los niños no han de probarlo. Ni hablar dijimos nosotros ¿comernos a nuestro cordero?, que no se le ocurra a nadie, a enterrar lo llevaremos.
  Llego la “Seña Cecilia” con la leche en aquel momento y lloraba con nosotros al ver al cordero muerto, ¡Ala no lloréis ya más! Que he de traer otro luego…. Nooo, que no ha de ser tan blanco ni tan guapo como era nuestro LUCERO.
  Padre se lo cargo al hombro y paso junto al Consumero con una azada en la mano…. ¿Qué le ha pasado al LUCERO?, Que se nos murió de pena al ver a los niños enfermos. ¡Qué pena de animalico!  Lo siento por los “rapaces” y la juerga que se pasaban y yo, junto a todos ellos, cuando al hombro lo cargaba.
  Y en el Paseo de La Concha, en este sitio tan viejo reposa hace muchos años nuestro querido LUCERO.
  Y esta narración bonita que te envío como un cuento, ni es eso ni es una historia, fue la vida de un cordero que murió de amor y pena por los niños de aquel huerto.

Octubre de 1978

Mª Pilar de la Iglesia

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